sábado, 24 de enero de 2009
El Conde Láisek, lector empedernido
Revista Ñ/ Sábado 24 de enero de 2009
EL SINDICATO DE POLICIA YIDDISH
Michael Chabon
Mondadori. 248 páginas.
Gustav Meyrink, en “El gólem”, compara al judaísmo con una larga cuerda a la que todos los miembros de la colectividad se aferran “uno con ambos puños, otro, de mala gana, sólo con un dedo, pero todos obsesionados por el terror supersticioso de estar destinados a perecer, si abandonan el común sostén y se separan de los demás”. Curioso que lo dijese Meyrink quien, justamente, en su famosa y genial novela, se muestra mucho más ortodoxo que un chico “sombrero negro”. Pero son las contradicciones habituales, y si lo cito es porque noto en Michael Chabon ese mismo miedo a soltar la cuerda: quedar a la deriva por haber ido demasiado lejos. Algo parecido hace Singer (el premio Nobel de literatura), que en alguna novela le reprocha a Dios su indiferencia respecto del asesinato de los judíos en la Segunda Guerra Mundial, pero en las dos o tres últimas páginas pide perdón y se reconcilia.
La novela de Chabon está muy bién escrita, con frases magníficas. A esto no se lo podría negar ni su peor enemigo y yo estoy muy lejos de serlo. Tiene grandes aciertos que señalaré. Sin embargo, donde se queda corto (tal vez por miedo a soltar la “soga”) es mi obligación señalarlo. Nada voy a poner que no esté en el propio libro.
¿Logros literarios? Ya deje que mantones. En un matadero “kosher” de pollos, y en el momento en que el sacerdote levanta su cuchillo ritual, el volátil rompe a hablar en arameo respecto a la inminencia de la llegada del Mesías. Esto no salva al animalito, claro está, que es transformado en sopa. Y Chabon comenta que esto “demostraría que los tiempos extraños para ser judío casi siempre han sido también tiempos extraños para ser pollo”.
Otro logro: queda perfectamente claro que más allá de que exista o no un lugar para los hebreos, la sombra de la diáspora, de la deportación a Babilonia te va a perseguir eternamente. Cuando más seguro te sientas es justo allí donde comprenderás que todo este tiempo has venido pisando hielo frágil.
Es tanta la insistencia del autor en el Mesías y en el juego de ajedrez que al principio pensé que estaban relacionados. ¿El ajedrez es un juego mágico que, por alquimia, provocará la llegada de El? O, por el contrario: ¿Nos distraemos con el juego por miedo a que venga? Esta es una de las ambigüedades de Chabon. En principio cuando el Mesías venga El enjugará toda lágrima de nuestros ojos. Habrá un pollo en cada sartén y un litro de vino en cada vaso. Con El podremos comer hasta chancho. Sin embargo el autor no parece estar muy convencido. Y lo que me preocupa más: ¿Le tiene miedo o desconfianza al Mesías? ¿Es bueno o malo que venga? A esto no lo aclara nunca. Lo que sí aclara (y esta es la parte más genial de la novela) es que los padres están empecinados en que sus hijos sean sus Mesías privados: Isaquito debe sacrificarse (haciendo nuestro gusto) para redimirnos a nosotros. Esto es muy judío pero también muy goi (tal vez porque la idea del sacrificio de ha propagado). Después, por supuesto, viene la deliciosísima culpa: hagas lo que hagas siempre serás una decepción para tus padres. Franz Kafka, en apariencia, sería la excepción: quiso que su progenitor fuera el Mesías de él. Pero no hay aquí tal excepción, puesto que el que yo sea el Enviado, o que lo sea mi padre está previsto por el abominable sistema.
Hay un hombre muerto por un tiro, en el libro, y como ésta es una novela policial el detective se pela las cejas para resolver el misterio. Vemos que el chico muerto estaba “destinado” (¿destinado por quién?) a ser el Mesías. Parece que cuando el muchacho descubre bien de que se trata, y para lo que lo están usando, huye espantado.
Pero lo que a mí más me preocupa como crítico es que varias preguntas fundamentales quedan atadas al autor con alfileres; respecto al Mesías ya hablé: ¿es bueno o es malo que venga? Dios, por otra parte, ¿está animado de buenas o malas intenciones?: “de repente se siente harto de ganefs y de profetas, de pistolas y de sacrificios y del infinito peso gangsteril de Dios”. Esta última afirmación no es muy “kosher” que digamos y merecería más desarrollo por parte del novelista.
De cualquier manera la obra es muy valiosa y recomiendo su lectura.
Alberto Laiseca