martes, 28 de agosto de 2007

Prólogo a Cuentos sódicos, de Marcia Lo Feudo

No tengo problemas en decir que estos son cuentos geniales, de una extraordinaria sensibilidad. Para mí es un honor prologarlos. Marcia Lo Feudo nos obliga al respeto como mujer y como artista.
Cuando una escritora denuncia el machismo (actitud de muchos hombres que siempre detesté), yo, sin embargo, me pongo en guardia. No sea que caigamos en el feminismo, que es la otra cara de la misma moneda diabólica. Pero aquí no es así. Hay honestidad y dolor de mujer. Si alguien ha padecido el desamor debe decirlo y en esta forma.
El primero de estos cuentos, sin embargo, no trata sobre este tema. Como Roberta todavía nos habla del primer paquete de desilusiones, siendo niña (luego vendrán otros, así, hasta la desilusión final, que es la muerte). Por ahora vemos la contradicción entre lo imposible y lo posible. Sólo nuestra fantasía nos hace poderosos siendo niños. En el cuento la protagonista, en el peor momento (todo auguraba felicidad para ese día), queda violentamente transportada a la horrible tierra de nadie que significa ser mujer de golpe cuando aún todo clama por seguir siendo niña.
El afilador tiene como protagonista al demonio en persona, quien da fin a la utopía del amor mutuo para que dé comienzo al canibalismo social.
Lógicamente, así, la felicidad no es posible ni viable.
Taller de pintura es el primero de los trabajos de Lo Feudo contra el machismo. Queda claro que esta clase de tipos ve provocaciones sexuales inexistentes, sólo porque desean verlas para poder actuar las órdenes del anti-ser. Una piba hermosa e inofensiva es elegida (los que actúan no son conscientes del todo) para construir con ella la obra maestra: volver la juventud, la belleza y la vida al caos. Que se mezcle la sangre con otros colores. Seguir y seguir con lo monstruoso hasta borrar la estética del cuerpo y su expresión.
La noche del silencio o Los patines. La inocencia siempre muere con sangre. Sangre o semen. El fin de la inocencia es un leit motiv reiterado en esta autora.
Triangular. Como prologuista me veo en la difícil situación de hablar tangencialmente de la maravilla pero sin revelarla. De eso se van a encargar los lectores.
De este cuento, por ejemplo, sólo les leo el final:
“Qué lástima la boca.
Qué lástima el amor.
Qué lástima”.
Sí: qué lástima el amor, sobre todo porque este es el centro de toda la tragedia humana.
Piedad láctea. Que en este mundo hay muy poco amor ya lo sabíamos. Sin embargo, la autora logró sorprenderme con un cuento de pornografía delirante, que contiene denuncia espiritual y social. Tenemos aquí a la María Magdalena que con sus tetas redime a la humanidad.
Reina de camilla. Es la historia de un patito feo que tiene la “dicha” de transformarse en muñeca inflable. El Dr. Yepetto (no es casualidad que se llame igual que el padre de Pinocho) sabe “abrir la puerta para ir a operar”. Pero no para ir a jugar, es cosa clara.
Cuestión de piel. Una chica es despojada de su bolso, con sus cosas más íntimas. Pero como está harta de su vida, el detonante callejero del bolso sirve para que, voluntariamente, se saque de encima todo lo que no le gusta. Queda en tetas en Constitución. Juro no revelar tanto de la trama en los próximos cuentos. Pero éste pudo más que yo.
Orgasmo y abandono. También podría haberse titulado “La loca de las medibachas”. Vivir hace sudar. Como en un eterno verano excesivo. Se trabaja casi siempre al pedo y de manera infortunada.
Pese a que, como en todas las obras de la autora, este es un drama, me reí muchísimo. El castigado personaje femenino decide convertirse en un sebo irresistible y mortal para los machistas.
Pero esto no me hizo reír: la falta de solución en el amor lleva al mutuo asesinato en serie.
Eva de nada. Por su exageración el cuento parece no tocarnos. Pero no es así: Lo Feudo lleva hasta las últimas consecuencias el vacío de la mayoría de las personas. Eva, por lo demás, significa “madre de los hombres”. Si le agregamos “de nada” sabemos que quiere decir “de nadie, de ninguno”.
Reinaldo y la bicicleta. “Tengo catorce años y estoy atrapado. Atrapado en un cuerpo que no me pertenece, en una familia que aborrezco, en una escuela que repudio, en un mundo que me produce náuseas”.
Reinaldo quiso crecer en bicicleta. De momento falló pero ya veremos. Crecer es durísimo y, a veces, uno muere en el intento. Si eso quiso decirnos la autora, a través de las desventuras de Reinaldo, sepa que le creemos. Que me lo digan a mí que, salvo pequeños y dichosos intervalos, viví en una cárcel soviética.
El primer comentario que se me ocurre para el relato La mujer feto y el tren es: qué bien escrito y qué riqueza de imágenes. Lo segundo (y esto a nivel ontológico) es la historia del bebé eterno. La madurez cada vez más lejos, sin importar tu edad. La impresión desagradabilísima de que, a veces, uno involuciona.
Mancha estatua. Ante la falta de humanidad en general, los únicos que sienten, como la Diosa Venus (ya carente de adoradores), se transforman en estatuas.
La oscuridad sabe. El comienzo del cuento puede interpretarse como el fin de una relación: “un todo de descomposición y olvido”. En realidad es así pero no de la manera usual. El personaje femenino vive en pareja y –al menos de momento- no piensa en separarse. Pero sí esto: “…residuos de una cena, de un momento que ya no está, que será tragado por el agujero de esa pileta…” “Todas las mujeres del mundo, en ese mismo minuto en que han finalizado sus quehaceres, en el umbral del descanso nocturno, observamos el peregrinaje redondo de los despojos de la pileta. Y nos dejamos ir, agotados la mente y el cuerpo, tras todo un día de labores en que nuestras manos resolvieron tantas cosas que al final resultan obvias y hasta invisibles para el otro”.
Por fin la protagonista es ayudada por otra mujer (ésta no lo sabe), tanto o más necesitada de ayuda que ella.
Espero que la autora no haya querido significar: “Sólo una mujer ayudará a otra mujer”. Espero que no porque sería una inocentada de su parte. No digo que este tipo de ayuda no exista a veces, pero es excepcional. Generalmente para una mujer no hay nada peor que otra mujer. Por desgracia. Qué más quisiera yo que fuese al revés. Nos beneficiaríamos todos.
Pero más allá de cualquier objeción: el genio es el genio y estos cuentos lo tienen.
Si la literatura sobrevive (cosa nada segura en estos tiempos de Internet) Marcia Lo Feudo tendrá un lugar destacadísimo.
ALBERTO LAISECA
Buenos Aires, 4 de Mayo de 2009