RELATOS. Lev Tolstói.
Debolsillo. 617 páginas.
CORRESPONDENCIA. Lev Tolstói.
Acantilado. 854 páginas.
Hay quien no se interesa por la vida de los grandes escritores. Toman su obra y desechan todo lo demás. Esto, aparte de ser inhumano, es un grave error literario. Sabiendo de la vida de los genios (Tolstoi, Swift, Poe) aprehenderemos mejor su obra. Esto es particularmente cierto en el caso de León Tolstoi (Lev Tolstói). Era un viejo loco, sin duda, pero genial. En vida y obra abundan las improntas absurdas, vivientemente impracticables, pero muchas otras de grandeza y justicia. Es muy bueno comentar sus relatos y su correspondencia en una sola nota. Y por las razones que ya dijimos.
El primero y el segundo relato están en espejo (De las memorias del príncipe D. Nejliúdov. Lucerna y Albert). El tema es el mismo: el absoluto desprecio de los poderosos para con los desposeídos. Y no les importa que algunos de éstos puedan ser grandes artistas. Pobretones y basta, dirían ellos.
En un lujoso hotel suizo, un ricachón de pronto siente asco de sí mismo y de los demás. Comen y beben cosas carísimas, gozan de la serenidad espiritual del que está convencido de que ocupa con justísima razón un lugar de privilegio en el mundo. Aparece en la calle un cantante vestido con harapos. Todos lo escuchan, disfrutan de su música, pero cuando pasa la gorra nadie le da nada. Es más: se burlan de él. El personaje del principio, también un privilegiado (como dijimos), invita al cantante con champán. Lo lleva al majestuoso hotel, para provocar. Pero nada cambia, porque la gente no cambia. Hasta los camareros desprecian al dúo. Cuando ven que el rico se está enojando por su actitud, todos se agacha, joroba-inclinantes. Está bien: lo aceptamos a nivel capricho de un gran señor.
Tolstoi idealiza bastante a los pobres. Cómo se ve que nunca estuvo abajo. Ser peón de limpieza o trabajar en cuadrilla enseña mucho. También verse obligado a vivir en pensiones-conventillo o tener casa con piso de tierra en el barrio de las latas. Ahí hubiese visto la actitud invasora de los igualmente pobres a vos.
En estos relatos hay lores ingleses, señoras iracundas y riquísimas, pobres idealizados. Tolstoi es un gran diseñador de personajes. Ejemplo (y es sólo un ejemplo): tenemos una enferma incapaz de admitir la fatalidad. Le da gusto culpar a su marido por la sencilla razón de que es el que tiene más cerca.
A veces Tolstoi escribía miniaturas perfectas: “El abuelo se había vuelto viejo. Una vez estaba subiendo a la estufa y no lo conseguía. El nieto, que estaba en la isba, se rió. Qué vergüenza, nieto. Lo malo no es que el abuelo sea viejo y débil, sino que el nieto sea joven y estúpido”.
La mimbrera es un cuento notable. Es la única que sobrevive de la plantación que hizo un mujic. Esta mimbrera es una luchadora heroica, constantemente maltratada por los hombres. Por fin, cuando tiene ya muchos años unos niños le prenden fuego. Ahora, sí, por fin perece. Rato después un cuervo se posa sobre los restos y le dice algo como esto: Ya era hora de que estirases la pata. Nadie como Tolstoi para pintar la inhumanidad. Pero, por desgracia, con el paso de los años terminó pareciéndose bastante a lo que había combatido toda la vida. Se convirtió a un cristianismo acérrimo de su propia cosecha. Un cristiano me diría: ¡Pero eso es bueno! Claro, el problema es que aunque vestido con piel de cordero nunca abandonó sus malos modales aristocráticos. Cayó en contradicciones flagrantes. Por ejemplo: se volvió vegetariano, abandonó el tabaco y no probó nunca más una gota de alcohol. Pero sabemos por los Evangelios que Jesucristo tomaba cantidades moderadas de vino. ¿A qué conclusión debemos llegar: que Tolstoi era más cristiano que Cristo? Esto, por lo menos, es de una feroz arrogancia implícita. Con seguridad Tolstoi no se daba cuenta de ello.
Hay algo que yo he visto a lo largo de mi vida: más “puro” se vuelve un hombre, tanto más intolerante se torna. Aquí no hay otra ley que la mía porque yo soy el único dueño de la verdad. Otra de sus ideas: estaba en contra de la propiedad de la tierra. Podríamos pensar que deseaba la reforma agraria y repartir los latifundios entre los campesinos. Pero no era así. Por algo los soviéticos lo querían tanto: Era un precursor. ¡Uno de los nuestros! Más allá de que estos conceptos económicos sean buenos o malos voy al hecho de que Lev Tolstói siempre se movió en un mundo de excesos. Cuando era un gran señor se refocilaba con sus campesinas. Eso no le impidió decretar la libertad de sus siervos para todo su latifundio, antes de que el zar Alejandro II universalizase dicha libertad para toda Rusia.
Más allá de todo el respeto que Tolstoi me merece como escritor tengo que reconocer que estaba absolutamente loco. Para él Shakespeare era el peor escritor del mundo. Alguien, no sabemos quién, empezó a decir que Shakespeare era bueno y vino una generación tras otra repitiendo eso mismo como loros. Hamlet, por ejemplo, es un asco. El personaje está mal diseñado y se lo toma como ejemplo maestro de un hombre vacilante. Etcétera. Tampoco le gustaba Ibsen (el dramaturgo noruego): sus dramas “son fabulados, falsos y además están muy mal escritos en el sentido de que ninguno de los personajes es ni convincente ni consistente”. Ni hablemos de Wagner: “Anoche fui al teatro a oír la famosa música moderna de Wagner. Siegfried, una ópera. No pude aguantar ni el primer acto; salí a toda prisa, como un loco, y aún ahora no puedo hablar serenamente del asunto. Es un estúpido espectáculo de feria, no apto para niños mayores de siete años; es pretencioso, fingido, falso de principio a fin y carente de música”. Tampoco se salva Nietzsche: “El gran exégeta, el cantor de esta brutalización es Nietzsche, un ser medio demente, de una seguridad en sí mismo rayana en la locura, inconsistente, limitado pero diestro en el lenguaje”.
Lugar aparte merece la misoginia de Tolstoi. Las “testarudas mujeres”: “¿Qué puede ser más absurdo y más nocivo para las mujeres que estas discusiones sobre la igualdad de los sexos, e incluso sobre la superioridad de la mujer frente al hombre?” “... afirmar que la mujer tiene las mismas fuerzas espirituales que el hombre, afirmar sobre todo que la mujer puede guiarse por la razón del hombre, que puede confiar en la razón tanto como él, es exigir de la mujer aquello que no puede dar” (Carta a Alexandr Dunáiev). En su relato El diablo nos dice: “Durante el café, como de costumbre, se entabló una conversación típicamente femenina, que carecía de cualquier nexo lógico, aunque no dejaba de tener algún tipo de conexión, pues fluía sin interrupción”.
En una carta a Eugen Reichel afirma: “Cuando además el enfermo está completamente convencido de que todo lo sabe mejor que los demás, que puede y debe enseñarle a todo el mundo su sabiduría, los signos de la enfermedad mental ya son incuestionables”. ¿Y por casa cómo andamos?, le preguntaría yo.
En cuanto a la famosa polémica Tolstoi-Turgéniev (que casi termina en duelo) poco puedo decir teniendo en cuenta los confusos datos aportados. Me resulta imposible saber quién tenía razón (si es que alguien la tenía: supongo que no). Más bien los veo como a dos malhumorados rusos locos. En Rusia, si algo abundó siempre, es el extremo y la chifladura. Si se me preguntara cuáles son los dos pueblos más excéntricos del planeta contesto sin vacilar: los rusos y los japoneses (independientemente del amor que les tengo).
Quisiera que se me comprendiese: no todas las ideas sociales de Lev Tolstói eran malas: el respeto por los demás, la igualdad de oportunidades que debe brindar el Estado, el arte y los valores espirituales tienen un enorme valor; el hombre no debe ser medido exclusivamente por el tamaño de su billetera, etcétera. Todo esto está muy bien y yo adhiero. El problema con el autos de Anna Karénina es que era tan exagerado que aun sus mejores cosas se le volvían en contra. En él se aplicaba maravillosamente la frase de Hegel: “Si llevamos una idea hasta sus últimas consecuencias se transforma en su opuesta”.
Es cosa clara que ninguno de los enormes defectos de Tolstoi (por calificarlos suavemente) nos van a hacer olvidar su magnífica obra, e incluso su buen corazón cuando éste no se encontraba distorsionado por su locura. Entre sus Relatos tenemos Jolstomer. Historia de un caballo. No hace falta ser una luz para comprender que es la historia del siervo, del esclavo ruso, sin ningún derecho a la felicidad. O qué decir, por ejemplo, de Cuánta tierra necesita un hombre, pequeña obra maestra de esta selección. Vemos aquí que el ladrón y criminal no siempre necesita realmente matar a alguien para desvalijarlo: basta dar rienda suelta a su ambición para que se mate solo.
Para resumir: recomiendo vigorosamente la lectura tanto de los relatos como de la correspondencia de León Tolstoi (Lev Tolstói).
Alberto Laiseca
Debolsillo. 617 páginas.
CORRESPONDENCIA. Lev Tolstói.
Acantilado. 854 páginas.
Hay quien no se interesa por la vida de los grandes escritores. Toman su obra y desechan todo lo demás. Esto, aparte de ser inhumano, es un grave error literario. Sabiendo de la vida de los genios (Tolstoi, Swift, Poe) aprehenderemos mejor su obra. Esto es particularmente cierto en el caso de León Tolstoi (Lev Tolstói). Era un viejo loco, sin duda, pero genial. En vida y obra abundan las improntas absurdas, vivientemente impracticables, pero muchas otras de grandeza y justicia. Es muy bueno comentar sus relatos y su correspondencia en una sola nota. Y por las razones que ya dijimos.
El primero y el segundo relato están en espejo (De las memorias del príncipe D. Nejliúdov. Lucerna y Albert). El tema es el mismo: el absoluto desprecio de los poderosos para con los desposeídos. Y no les importa que algunos de éstos puedan ser grandes artistas. Pobretones y basta, dirían ellos.
En un lujoso hotel suizo, un ricachón de pronto siente asco de sí mismo y de los demás. Comen y beben cosas carísimas, gozan de la serenidad espiritual del que está convencido de que ocupa con justísima razón un lugar de privilegio en el mundo. Aparece en la calle un cantante vestido con harapos. Todos lo escuchan, disfrutan de su música, pero cuando pasa la gorra nadie le da nada. Es más: se burlan de él. El personaje del principio, también un privilegiado (como dijimos), invita al cantante con champán. Lo lleva al majestuoso hotel, para provocar. Pero nada cambia, porque la gente no cambia. Hasta los camareros desprecian al dúo. Cuando ven que el rico se está enojando por su actitud, todos se agacha, joroba-inclinantes. Está bien: lo aceptamos a nivel capricho de un gran señor.
Tolstoi idealiza bastante a los pobres. Cómo se ve que nunca estuvo abajo. Ser peón de limpieza o trabajar en cuadrilla enseña mucho. También verse obligado a vivir en pensiones-conventillo o tener casa con piso de tierra en el barrio de las latas. Ahí hubiese visto la actitud invasora de los igualmente pobres a vos.
En estos relatos hay lores ingleses, señoras iracundas y riquísimas, pobres idealizados. Tolstoi es un gran diseñador de personajes. Ejemplo (y es sólo un ejemplo): tenemos una enferma incapaz de admitir la fatalidad. Le da gusto culpar a su marido por la sencilla razón de que es el que tiene más cerca.
A veces Tolstoi escribía miniaturas perfectas: “El abuelo se había vuelto viejo. Una vez estaba subiendo a la estufa y no lo conseguía. El nieto, que estaba en la isba, se rió. Qué vergüenza, nieto. Lo malo no es que el abuelo sea viejo y débil, sino que el nieto sea joven y estúpido”.
La mimbrera es un cuento notable. Es la única que sobrevive de la plantación que hizo un mujic. Esta mimbrera es una luchadora heroica, constantemente maltratada por los hombres. Por fin, cuando tiene ya muchos años unos niños le prenden fuego. Ahora, sí, por fin perece. Rato después un cuervo se posa sobre los restos y le dice algo como esto: Ya era hora de que estirases la pata. Nadie como Tolstoi para pintar la inhumanidad. Pero, por desgracia, con el paso de los años terminó pareciéndose bastante a lo que había combatido toda la vida. Se convirtió a un cristianismo acérrimo de su propia cosecha. Un cristiano me diría: ¡Pero eso es bueno! Claro, el problema es que aunque vestido con piel de cordero nunca abandonó sus malos modales aristocráticos. Cayó en contradicciones flagrantes. Por ejemplo: se volvió vegetariano, abandonó el tabaco y no probó nunca más una gota de alcohol. Pero sabemos por los Evangelios que Jesucristo tomaba cantidades moderadas de vino. ¿A qué conclusión debemos llegar: que Tolstoi era más cristiano que Cristo? Esto, por lo menos, es de una feroz arrogancia implícita. Con seguridad Tolstoi no se daba cuenta de ello.
Hay algo que yo he visto a lo largo de mi vida: más “puro” se vuelve un hombre, tanto más intolerante se torna. Aquí no hay otra ley que la mía porque yo soy el único dueño de la verdad. Otra de sus ideas: estaba en contra de la propiedad de la tierra. Podríamos pensar que deseaba la reforma agraria y repartir los latifundios entre los campesinos. Pero no era así. Por algo los soviéticos lo querían tanto: Era un precursor. ¡Uno de los nuestros! Más allá de que estos conceptos económicos sean buenos o malos voy al hecho de que Lev Tolstói siempre se movió en un mundo de excesos. Cuando era un gran señor se refocilaba con sus campesinas. Eso no le impidió decretar la libertad de sus siervos para todo su latifundio, antes de que el zar Alejandro II universalizase dicha libertad para toda Rusia.
Más allá de todo el respeto que Tolstoi me merece como escritor tengo que reconocer que estaba absolutamente loco. Para él Shakespeare era el peor escritor del mundo. Alguien, no sabemos quién, empezó a decir que Shakespeare era bueno y vino una generación tras otra repitiendo eso mismo como loros. Hamlet, por ejemplo, es un asco. El personaje está mal diseñado y se lo toma como ejemplo maestro de un hombre vacilante. Etcétera. Tampoco le gustaba Ibsen (el dramaturgo noruego): sus dramas “son fabulados, falsos y además están muy mal escritos en el sentido de que ninguno de los personajes es ni convincente ni consistente”. Ni hablemos de Wagner: “Anoche fui al teatro a oír la famosa música moderna de Wagner. Siegfried, una ópera. No pude aguantar ni el primer acto; salí a toda prisa, como un loco, y aún ahora no puedo hablar serenamente del asunto. Es un estúpido espectáculo de feria, no apto para niños mayores de siete años; es pretencioso, fingido, falso de principio a fin y carente de música”. Tampoco se salva Nietzsche: “El gran exégeta, el cantor de esta brutalización es Nietzsche, un ser medio demente, de una seguridad en sí mismo rayana en la locura, inconsistente, limitado pero diestro en el lenguaje”.
Lugar aparte merece la misoginia de Tolstoi. Las “testarudas mujeres”: “¿Qué puede ser más absurdo y más nocivo para las mujeres que estas discusiones sobre la igualdad de los sexos, e incluso sobre la superioridad de la mujer frente al hombre?” “... afirmar que la mujer tiene las mismas fuerzas espirituales que el hombre, afirmar sobre todo que la mujer puede guiarse por la razón del hombre, que puede confiar en la razón tanto como él, es exigir de la mujer aquello que no puede dar” (Carta a Alexandr Dunáiev). En su relato El diablo nos dice: “Durante el café, como de costumbre, se entabló una conversación típicamente femenina, que carecía de cualquier nexo lógico, aunque no dejaba de tener algún tipo de conexión, pues fluía sin interrupción”.
En una carta a Eugen Reichel afirma: “Cuando además el enfermo está completamente convencido de que todo lo sabe mejor que los demás, que puede y debe enseñarle a todo el mundo su sabiduría, los signos de la enfermedad mental ya son incuestionables”. ¿Y por casa cómo andamos?, le preguntaría yo.
En cuanto a la famosa polémica Tolstoi-Turgéniev (que casi termina en duelo) poco puedo decir teniendo en cuenta los confusos datos aportados. Me resulta imposible saber quién tenía razón (si es que alguien la tenía: supongo que no). Más bien los veo como a dos malhumorados rusos locos. En Rusia, si algo abundó siempre, es el extremo y la chifladura. Si se me preguntara cuáles son los dos pueblos más excéntricos del planeta contesto sin vacilar: los rusos y los japoneses (independientemente del amor que les tengo).
Quisiera que se me comprendiese: no todas las ideas sociales de Lev Tolstói eran malas: el respeto por los demás, la igualdad de oportunidades que debe brindar el Estado, el arte y los valores espirituales tienen un enorme valor; el hombre no debe ser medido exclusivamente por el tamaño de su billetera, etcétera. Todo esto está muy bien y yo adhiero. El problema con el autos de Anna Karénina es que era tan exagerado que aun sus mejores cosas se le volvían en contra. En él se aplicaba maravillosamente la frase de Hegel: “Si llevamos una idea hasta sus últimas consecuencias se transforma en su opuesta”.
Es cosa clara que ninguno de los enormes defectos de Tolstoi (por calificarlos suavemente) nos van a hacer olvidar su magnífica obra, e incluso su buen corazón cuando éste no se encontraba distorsionado por su locura. Entre sus Relatos tenemos Jolstomer. Historia de un caballo. No hace falta ser una luz para comprender que es la historia del siervo, del esclavo ruso, sin ningún derecho a la felicidad. O qué decir, por ejemplo, de Cuánta tierra necesita un hombre, pequeña obra maestra de esta selección. Vemos aquí que el ladrón y criminal no siempre necesita realmente matar a alguien para desvalijarlo: basta dar rienda suelta a su ambición para que se mate solo.
Para resumir: recomiendo vigorosamente la lectura tanto de los relatos como de la correspondencia de León Tolstoi (Lev Tolstói).
Alberto Laiseca