domingo, 11 de enero de 2009

Revista Ñ/ Sábado 10 de enero de 2009

SALE EL ESPECTRO
Philip Roth
Mondadori. 254 páginas.

No bien empecé a leer este libro de Philip Roth yo me dije: “Me va a ser muy difícil ser justo con él”. Roth es casi más norteamericano de lo que yo puedo soportar. A ellos les encantan las historias con deliciosas enfermedades terminales: sopitas de cáncer, castraciones terapéuticas, descerebraciones, etc. Sí: a ellos les deleitan. Pero a mí no. Me pareció que este escritor, en vez de celebrar la vida, celebraba la decadencia y la muerte.
Pero no es tan así, y aquí es donde empieza mi intento de justicia. Creo que Roth, más bien, trata de decirnos: ¿cómo podemos hacer algo viviente estando – con toda evidencia – en el fin?
El personaje ha tenido cáncer de próstata y ello lo ha colocado al Este del Paraíso, en la frontera entre el sexo y la nada. Luego de muchos años de aislamiento vuelve a Nueva Cork. Esto lo excita y lo estimula, sin que lo pueda evitar. Está en el mundo pero no está. Lucha contra el sentimiento de pertenencia. Es la roca de Sísifo: cuando siente que está a punto de sobrepasar la cresta de la montaña (de la manera que sea) el peñasco le cae encima. Coincido, por ejemplo, en que es preferible tener relaciones sexuales imaginarias a no tenerlas en absoluto, pero bien sabe el personaje que el campo gravitatorio de la realidad comprime a lo imaginario como si estuviese en el embudo de un agujero negro. El intento es loable, de todos modos. Es hacer triunfar la vida aunque sea en el mundo de los símbolos.
Lo anterior se confirma con la referencia a Las Cuatro Últimas Canciones de Strauss, transformadas aquí en intención ontológica y leit motiv: “Por la pureza del sentimiento acerca de la muerte, la partida y la pérdida”. Es evidente que Roth, con este libro, se propone lograr lo mismo que Strauss con sus canciones.
Por el contrario no es tan claro en temas como el incesto o el cristianismo. Por ejemplo: en un pasaje se describe a músicos negros cantando para blancos. “Como el público para el que cantaban era tan blanco, me parecía un espectáculo de músicos blancos pintados de negro. En aquella reunión cristiana vi los últimos y leves vestigios de la esclavitud. Detrás de ellos, en el ábside, había un crucifijo dorado tan enorme que habría servido para crucificar a King Kong. Y permítame que le diga: dos de las cosas que más detesto de América son la esclavitud y la cruz, sobre todo la manera en que se entrelazaban para que los propietarios de esclavos justificaran la posesión de negros por los que Dios les decía en su libro sagrado”.
Lo anterior es una opinión fuerte y, para colmo, está muy bien escrita (independientemente del nivel de verdad que pueda contener). El problema es que a esto, en el libro, lo dice un personaje absolutamente odioso. Entonces ¿es o no la opinión del propio Roth? Claro está que así nadie se atreverá a acusarlo o a felicitarlo y yo tampoco. Pero nos quedamos con las ganas de saber qué piensa el autor al respecto.
El incesto, como ya adelanté, es otro tema que permanece en tinieblas. Todo comienza con una referencia a la relación entre lord Byron y su hermanastra Augusta. Al principio es sólo una impronta. Pero en la página 212 el personaje principal le dice a su madre (que ha muerto hace muchos años): “‘Mamá, ¿puedes hacerme un favor?’ Ella se ríe de mi ingenuidad. ‘No hay nada que no haría por ti, cariño. ¿De qué se trata?’, me pregunta. ‘¿Podemos cometer incesto?’ ‘Oh, Nathan – dice ella riendo de nuevo –. Soy un viejo y putrefacto cadáver. Estoy en la tumba’ ‘Aún así, me gustaría cometer incesto contigo. Eres mi madre. Mi única madre’ ‘Lo que tú quieras, cariño’”. Entonces ella se le aparece, bonita, de veintitrés años (edad a la que se casó con el padre del personaje).
En la novela tenemos la referencia a un gran escritor, ya fallecido, que cometió incesto. Nuevamente aparece el personaje a quien denominé como “absolutamente odioso”. A toda costa desea hacer la biografía del difunto destapando la incestuosa olla. El disminuido y casi agonizante personaje principal se opone por todos los medios a su alcance. En un diálogo imaginario alguien le dice que ésta es “una historia que no perjudica a nadie. A nadie. Las personas involucradas murieron hace mucho tiempo”. Pero él contesta: “Tiene tres hijos vivos. ¿Qué me dices de ellos? ¿Te gustaría descubrir una cosa así de tu propio padre?”.
Como se ve el incesto aparece en un momento como una trascendencia luminosa, pero en otros como una vergüenza que debe ser ocultada. Como quien dice: mejor no hablemos del asunto.
Para resumir: ¿creo yo que Roth es un buen escritor? Sí. Estoy convencido. ¿Se juega por las cosas en las cuales cree? No mucho ni siempre. Lo que más rescato de su libro es la idea de vivir, a pesar de todo, y aunque todo lo prohíba. Aunque sea vivir en el mundo de los sueños y de la imaginación.

Alberto Laiseca