domingo, 10 de febrero de 2008

Reseñas y artículos sobre otros libros

Revista Ñ/ Sábado 2 de Febrero de 2008

AMRITA
Banana Yoshimoto
Fábula. Tusquets Editores. 346 páginas.

Yoshimoto es tan exquisita como un té. Llama la atención el estilo severo, despojado, de la autora. Pese a la aparente simplicidad del lenguaje logra revelaciones deslumbrantes del alma de la mujer japonesa. Los hombres, en cambio, no son tan claros. Resultan por lo menos sospechosos. Salvo los niños.
Sakumi, la protagonista principal, ha recibido un golpe en la cabeza que le ha hecho perder la memoria. A todo lo va recuperando muy de a poco. En ningún momento se dice (este no es un libro para leer distraído), pero la tragedia de Sakumi es la del propio Japón después de pérdida la guerra: cómo seguir siendo japonés luego de semejante “golpe en la cabeza”. ¿Dónde está mi identidad?.
El hermanito menor de Sakumi quiere ser escritor. Esto, en la familia, no parece “normal”. Sobre todo porque admira a Akutagawa, autor de Rashomón, que se suicidó. Cosa curiosa: Mishima, que también se quitó la vida, no da miedo porque él lo hizo por el viejo Japón, que está terminado. Akutagawa, en cambio, es temible por una cuestión de identidad. Se negó a adaptarse.
En ese país hay tres maneras de suicidarse. Una es subirse a un avión “zero” y estrellarse contra el portaaviones Saratoga (es una manera de hablar). Mishima, de alguna manera simbólica, así lo hizo. Otra es seguir vivo pero “normal”. La normalidad es la traición, pero es la única manera de escapar al síndrome Akutagawa. Esto es tan serio que si sacamos a las palabras “sano” y “normal” como factor común, esta novela queda mucho más chica. El horror a ser distinto es constante.
Sakumi tenía una hermanita actriz que se mató. Dice de ella: “Puede ser que, a fuerza de esconder su propia fragilidad simulando en escena una fuerza ficticia, se hubiera formado en ella una identidad llena de remiendos”. ¿Pero no será esto, también, el propio pueblo japonés de hoy?
Unas pocas frases de la novela darán cuenta de a qué peligros (según la autora) se enfrentan los que allí buscan su identidad: “Por la noche, la cocina es un lugar peligroso si se está solo: el pensamiento puede llegar a un punto sin retorno. No hay que quedarse en ella demasiado tiempo. No se puede encerrar en ella a una madre, una mujer, una hija. Los propósitos homicidas, el bortsch más exquisito, el alcoholismo de las amas de casa, todo nace aquí”. “Es un milagro que todos mis conocidos y todas las personas a las que quiero hayan conseguido llegar al final de su jornada sanos y salvos pese a manejar un gran número de instrumentos enormemente peligrosos”. “Todavía hoy, cada vez que se muere una persona que conozco, cada vez que asisto a los llantos y al sufrimiento de los que quedan, pienso, por supuesto, en lo terrible que es acabar así. Sin embargo, la muerte me parece menos sorprendente que el hecho milagroso de que esa persona haya conseguido sobrevivir hasta entonces”.
Cuatro últimas citas: “El aroma del pan recién sacado del horno suscita en mí, no sé por qué, un sentimiento desgarrador”. “En la calle, hacía frío y los transeúntes iban envueltos en sus abrigos, pero en los rayos del sol se respiraba un ligero olor a primavera. Algo nuevo, dulce, brillaba apenas. Quizás estas cosas tan imperceptibles sólo seamos capaces de reconocerlas los japoneses”. “En Japón, la puesta del sol, a diferencia de la de Saipan, tan espectacular, es tenue, frágil, infinitamente delicada, hasta el punto de que si no se tienen los sentidos bien despiertos es difícil verla con claridad”. “El aire puro de un día de invierno en Japón no es ninguna tontería”.
Yoshimoto no toma partido en absoluto por la vieja manera de ver las cosas ni, mucho menos, por las brutalidades cometidas durante la guerra. Antes al contrario. Sólo intenta explicarnos qué difícil es ser raza de islas volcánicas. Parece decirnos: junto a lo malo desapareció lo bueno. ¿Y ahora qué hacemos? ¿Cuál es el camino? ¿Cuál es nuestra identidad?
La sensibilidad exquisita ante el temblor de invierno, o de una puesta de sol que casi no se ve, da una sensación de extrañamiento. El “golpe en la cabeza” cambió todo y hay presión bajo nuestros pies.
Novela más que recomendable.

Alberto Laiseca