1.
¿Hubo una persona o un hecho puntual que considere haya sido motor de su
vocación de escritor?
La desesperación fue el motor de mi
vocación. Mi padre, a quien he perdonado y lo quiero con todo amor, era un
empecinado dictador y quería que estudiara ingeniería. Los libros de ciencia no
me disgustaban del todo, pero no era lo mío. A mí me atraían
Filosofía
china, de Lin Yutang, o
La peste, de Camus, por ejemplo. Así fue
que, contra los mandatos de mi padre, largué todo, trabajé dos temporadas en las
cosechas del interior y ya en Buenos Aires me desempeñé cuatro años como peón de
limpieza. Una tía, que era muy buena, me dio una mano para trabajar en ENTEL, y
muy lentamente todo empezó a mejorar. En ese momento, yo escribía mis primeros
textos, y aunque lo hacía muy mal, no me quedaba otra que seguir adelante.
Anticipándome a Mijail Sergueivich, me dije: “Ya no hay lugar dónde retroceder.
No me queda otra cosa que ser genio”. A juzgar por esas primeras cosas, todo
indicaba que lo mejor era dedicarme a otra actividad, pero con el tiempo
comprendí que era un problema de bloqueo. Para escribir hay que liberarse de
muchas cosas.
2. ¿Cómo elige el tema sobre el cual
escribir?A pesar de lo que decía Poe, al que admiro y quiero tanto,
eso tiene que ver con los misterios del alma humana. ¿Qué nos lleva a escribir
tal o cual cosa? No lo sé. A lo mejor uno recuerda qué detonó el inicio de una
novela o un cuento, pero lo esencial está en nuestro subconsciente. Para
responder a esta pregunta se necesitaría una vidente o, tal vez, un
hipnotizador.
3. ¿Por qué escribe?Te repito: eso está
en el inconsciente. Puedo contarte, sí, que mi novela
Los sorias nació
de la impotencia. Mi padre me asfixiaba, daba órdenes contradictorias, era mi
Hitler aun cuando no fuera de esa ideología, y a los 9 años, la única manera de
palear la impotencia era entretenerme con lo que yo llamaba “el juego de las
figuritas”: éste consistía en recortar hombrecitos de las revistas y de los
diarios, para formar dos ejércitos, uno que atacaba un castillo, mientras que el
otro lo defendía. Sin duda, esto fue el principio de
Los sorias, con
potencias que luchaban buscando el predominio. Allí estaba el problema del poder
y qué hacer con él, además de la humanización del dictador, tema que vuelvo a
abordar en
Beber
en rojo (Drácula), con la humanización del monstruo, y en el
Manual
sadomasoporno, con la humanización del masoquismo.
4. Si no
fuese escritor sería...Cuando salí de mi pueblo Camilo Aldao, en
caso de que me fuera mal como escritor, tenía el Plan B de viajar a África del
Sur para trabajar y hacerme rico. Era un delirio, ciertamente.
5.
¿Existe para usted una rutina a la hora de escribir? ¿Repentina inspiración o
hábito sostenido?Mi rutina es escribir cuando puedo, cuando tengo
tiempo.
6. La literatura, ¿qué rol cumple en la
actualidad?El rol es cada vez menor y corre el riesgo de
desaparecer a causa de internet, que hace que los chicos no lean. Es un
instrumento muy peligroso, siempre digo que es un invento del Príncipe de los
Tinieblas. Obviamente sé que no es así, pues facilita las comunicaciones, el
estudio, el acceso a la información. La gente que tiene una formación clásica,
que ha leído cuentos, novelas o poesías, aprovechará mejor esta herramienta.
Pero la mayoría de los chicos de hoy no leen, y no pueden aprovechar los
verdaderos beneficios de internet. Ojalá que esté equivocado en esta idea y el
futuro me demuestre lo contrario.
7. Los críticos: ¿cómo define su
rol?Estoy a favor de la tarea de los críticos. A través de una de
sus paradojas, Oscar Wilde dice que la crítica es más creadora que la creación.
Afirma: “El mero espíritu creador no crea, sólo imita. Sólo el espíritu crítico
permite acceder a la creación”. Tiene bastante razón. Por otra parte, debo decir
que, en general, los críticos me han tratado muy bien, pero para que la
literatura exista se necesitan lectores, y quién sabe qué pasará con ellos.
8. ¿Qué está escribiendo ahora?Estoy releyendo mucho
material sobre Vietnam, para escribir mi novela sobre esta guerra. Hace años que
postergué su escritura, porque juzgaba que me faltaban conocimientos. Quizás me
sigan faltando, pero debo hacerla: se la debo a mi juventud. Tengo la
dedicatoria: “Dedico este libro a los veteranos de Vietnam, a los que estuvieron
y a los que no pudieron estar”. En Vietnam, murieron 58 mil soldados. Al regreso
se mataron 60 mil. Yo me ofrecí de voluntario. En la Embajada Norteamericana me
sacaron volando, y hasta le mandé una carta a Johnson, pero nunca obtuve
respuesta. Quería ir para sacarme el miedo. Por fortuna, no me convocaron,
porque hoy tengo dos sospechas: primero, el miedo nunca se va, a lo sumo se
transforma; y segundo, me hubieran matado y de muy mala manera.
9.
¿Cuál es la última línea que ha subrayado en un libro de otro
autor?Debería citar enteros los ensayos
El crítico como
artista y
Sobre la decadencia de la mentira, de Oscar Wilde, y
también su novela
El retrato de Dorian Gray. Respecto a esta novela, le
llovieron muchas críticas, una de las cuales lo acusaba de que de fuera
demasiado paradojal, y él les respondió: “Acepto. Es una novela demasiado
paradojal. Pero, a mí, me gusta ver la verdad en la cuerda
floja”.
10. ¿Qué le diría a una persona que sueña con ser
escritor?Por un lado, le diría que tenga cuidado con la
hipercrítica, que no es lo mismo que la necesaria autocrítica. La hipercrítica
es un demonio que paraliza e impide el crecimiento. Por otro lado, Stephen King,
a quien admiro pese a su militancia norteamericana que va empeorando con su
vejez, escribió un libro maravilloso, que se llama
Mientras escribo,
que todo escritor o aspirante a escritor debería leer. Allí recomienda dos de
las tres cosas que siempre sugiero en mis talleres: para ser escritor hay que
leer más y escribir más. La tercera que no dijo King es: vivir más. Entonces, mi
recomendación para aquel que sueña con ser escritor es leer más, escribir más y
vivir más.
PING PONG
1. Un lugar: No
quisiera vivir ni haber vivido en Estados Unidos, que es un país cada vez más
violento e injusto. Con el agregado de que, tal vez, sus enemigos sean aún
peores. Tuve la suerte de nacer en Argentina y no en Corea del Norte, por
ejemplo. Aunque comparto la opinión y el sentimiento de la mayoría de los
argentinos respecto a Inglaterra, pienso que si hubiera nacido allí mi obra se
hubiera expandido más, e incluso me leerían más en Argentina, traducido por
supuesto.
2. Una comida: sushi y sukiyaki.
3. Una
bebida: la cerveza y el whisky.
4. Un disco: La
tetralogía
El anillo de los nibelungos, de Richard Wagner, compuesta
por las óperas épicas
El oro del Rin,
La Valquiria,
Sigfrido y
El ocaso de los dioses, que trata del
renunciamiento del amor por el poder, que en la vida se traduce en la
discriminación, la obsesión por el dinero y otras pestes humanas. Debo aclarar
que suelo decir que “Wagner es el Mozart de los músicos”. O sea: amo a
Mozart.
5. Un libro: “El hundimiento de la Casa Usher”, la
obra maestra de Edgar Allan Poe.
6. Un personaje: El
Fantasma de la Ópera que, antes de sacarse la máscara ante su amada Christine
Daaé (a quien tiene secuestrada), le dice: “Cada uno tiene las citas que
puede”.
7. Una película: Nosferatu, de
Herzog.
8. Un escritor: Oscar Wilde y Edgar Allan
Poe.
9. Un sentimiento: el amor y el miedo.
10.
Una palabra: conchaza.
ÚLTIMAS
PUBLICACIONES
Beber
en rojo (Drácula) (Muerde Muertos, 2012)
Cuentos completos
(Simurg, 2011)
El artista (Random House Mondadori, 2010)
|
Arte de tapa: Víctima tímida
pero bien dispuesta. Modelo: Ana Nievas Ventura. Arte: Mica
Hernández. |
Alberto
Laiseca es creador del realismo delirante y ama los monstruos. Nacido en
Rosario el 11 de febrero de 1941, vivió hasta su adolescencia en Camilo Aldao
(Córdoba). Ha publicado más de veinte libros, incursionando en la poesía, el
cuento, el ensayo y la novela, y fue protagonista del antológico programa de
tevé
Cuentos de Terror (I-Sat) y presentador del ciclo
Cine de
Terror (Retro). Su obra capital es
Los sorias, que Ricardo Piglia
considera “la mejor novela que se ha escrito en la Argentina desde Los siete
locos, de Roberto Arlt”. En 2012, Muerde Muertos presenta
Beber
en rojo (Drácula), clase magistral e imprescindible sobre la mejor
literatura fantástica, con prólogo y edición a cargo de
José
María Marcos.